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Aprender a pensar

Publicado por Hilda Fingermann

Cuando se les pregunta a los niños y adolescentes para qué concurren a la escuela, difícilmente la respuesta sea: para aprender a pensar. Algunos dirán que los mandan sus padres, otros que para saber muchas cosas, otros para poder luego seguir estudios superiores o poder conseguir un mejor empleo, o simplemente asisten a la escuela sin “pensar” demasiado el motivo, es una obligación y listo.

Cuando se les explica que la función primordial de la institución escolar es que analicen informaciones, las cuestionen, saquen sus propias conclusiones y puedan aplicar lo que aprendieron a nuevas situaciones, les parecen demasiado complicado y responden: “no me gusta pensar”, “no quiero hacerlo”, “no sé cómo”…

Y sí, pensar sabemos todos los humanos, es una cualidad del hombre, pero hacerlo correcta y eficazmente es un privilegio de pocos, y sólo porque no lo practicaron. ¿Cómo se aprende a pensar? Pensando. Así como aprendemos a caminar de a poquito, cayéndonos al principio, tambaleando luego y haciéndolo más tarde con firmeza, otro tanto ocurre con el pensamiento.

Además, el pensamiento crítico y reflexivo no es algo que se adquiere de la noche a la mañana. Es un proceso que requiere tiempo, paciencia y práctica. Es necesario que los niños y adolescentes sean expuestos a diversas situaciones y problemas que les permitan ejercitar su pensamiento. Esto puede lograrse a través de actividades lúdicas, debates, proyectos de investigación, entre otros.

El pensamiento también se nutre de la lectura. Leer no solo amplía nuestro vocabulario y mejora nuestras habilidades de escritura, sino que también nos expone a diferentes ideas y perspectivas, lo cual es esencial para desarrollar un pensamiento crítico y reflexivo. Por ello, es importante fomentar el hábito de la lectura desde una edad temprana.

¿Para qué sirve pensar? Para resolver mejor nuestros problemas cotidianos, para desempeñar nuestro rol de ciudadanos con criterio y eficacia, para estudiar temas más complejos, para crear, para desarrollar nuestra imaginación, para reflexionar sobre las ideas que tratan de imponernos, para evitar ser engañados; en suma, para tener en la vida una herramienta muy importante, que nos permita transitarla con mayor comodidad, pudiendo enfrentar productivamente sus escollos.

El maestro debe guiar al niño desde los primeros años de su vida escolar hacia el desafío de pensar, que significa ni más ni menos que adquirir ciertas destrezas que le permitan acceder al objeto de conocimiento, para incorporarlo en su estructura cognitiva de modo significativo, relacionándolo con otros saberes previos, y así poder usarlo cuando lo necesite, para resolver situaciones problemáticas.

Se debe ir de a poco, acrecentando la dificultad progresivamente. No podemos pretender que un niño de siete años, elabore una conclusión crítica sobre un proyecto político, pero sí que lo haga sobre un cuento, sobre una poesía sencilla o sobre la vida de un prócer.

Podemos enseñarles a comparar, por ejemplo en Geografía una ciudad, región o país con otro u otros; en História una época con otra o dos civilizaciones de un mismo tiempo, o en Biología el organismo humano con el de otros animales, etcétera.

Trabajos de análisis, síntesis, cuadros sinópticos, mapas conceptuales nos permitirán ver la misma información desde distintos ángulos. El saber sin más ya está en los libros o en Internet, no necesitamos más cerebros repletos de contenidos; sino de críticas fundadas e ideas creativas. Es fundamental que los niños y adolescentes aprendan a pensar por sí mismos, a cuestionar, a dudar, a buscar respuestas y a formular nuevas preguntas. Solo así podrán convertirse en adultos autónomos, responsables y comprometidos con la sociedad.