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El juego en la educación

Publicado por Hilda Fingermann

Aprender no es un juego, es un esfuerzo mental, que no necesariamente debe importar sufrimiento sino que debe hacerse con alegría. Aprender sin darnos cuenta del esfuerzo que efectivamente se hace pues se realiza con gozo y motivación es realmente un objetivo a tener en cuenta. Incorporar el juego como estrategia pedagógica no es jugar por jugar, sino jugar con un fin predeterminado: aprender.

Para Schiller el juego sirve para desgastar energía acumulada; para Lazarus, repone la energía que se gastó en el trabajo; para Freud importa un control de experiencias traumáticas; para Piaget permite llevar a la práctica y consolidar aprendizajes previos; y para Vygotski, su función es promover el pensamiento abstracto.

En el juego existen reglas, pero son aceptadas voluntariamente, y además aleja al alumno de la rutina. El alumno al que se le enseña de este modo, aprende a ser creativo y comprometido con el objetivo, y con el grupo que integra.

Todos los animales juegan, y el hombre no es una excepción, el juego es una necesidad vital que bien puede ser aprovechada como estrategia metodológica válida.

Los juegos a incorporar en el aprendizaje áulico deben favorecer los procesos mentales, no deben ser costosos ni en materiales, ni en tiempo, ni exigir demasiado desplazamiento físico, para no alterar tanto, el orden del salón de clases. Deben estar adaptados a la madurez de los niños. Hasta los cinco años los juegos deben tener como finalidad ejercitar la psicomotricidad. Se deben incorporar en esta etapa los juegos simbólicos, donde el niño asume el rol de maestro, de médico, de carpintero… En la edad escolar ya es conveniente colocar más reglas, las cuales según Piaget son muy importantes para sociabilizar al niño, y crearle la conciencia moral y la autonomía. Para los niños de menos de siete años las reglas aparecen como incuestionables, mientras que los mayores de esa edad permiten su modificación por acuerdo de partes, sobre todo a partir de los 11 años.

No son aconsejables los juegos competitivos en la edad preescolar, incorporándolos lentamente a partir de los siete años, paulatinamente con la idea de que lo importante no es ganar, pues no hay consecuencias negativas para quien pierde. Todos los jugadores deben tener en el juego participación activa, si interviene el docente debe ser como un jugador más.