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El racismo de la inteligencia

Publicado por Hilda Fingermann

El racismo de la inteligenciaEl racismo de la inteligencia es el título de una obra de Pierre Bourdieu, donde denuncia a las clases dominantes, las burguesas, que imponen su cultura al resto, sintiendo sus valores como superiores, y dignos y necesarios de reproducir, con el objetivo de justificar un orden social donde ellos ocupan las jerarquías, argumentando que esa posición es merecida, en base a títulos que consideran incuestionable prueba de superioridad intelectual.

Realizaremos aquí una interpretación del texto:

Para Bourdieu quienes demuestren mayor inteligencia o sea, mayores dones para el estudio, se asegurarán buenos resultados, y títulos que certifiquen que pueden ocupar posiciones dominantes, y así, en forma casi imperceptible se proveen de un reducido grupo de elite que maneje una sociedad oprimida que no nació para mandar sino para obedecer.

Esto, en nuestra visión no nació con el capitalismo pues ya lo sostenían en la antigüedad Platón y Aristóteles, que también justificaban las desigualdades sociales, en un mundo mucho más desigual que el nuestro, aunque no podemos jactarnos de superar este problema. Todavía creemos que se justifica que algunos manden y otros obedezcan, sin darles una posibilidad real a quienes hoy obedecen que puedan obtener sus títulos y reconocimientos en las mismas condiciones que a quienes nacieron en un hogar privilegiado.

Decimos que la escuela asegura la movilidad social y da igualdad de oportunidades ya que todos pueden educarse, pero todos sabemos que un niño con hambre, con frío, sin contención familiar no tendrá el mismo rendimiento académico que un niño rico, que tal vez con menos esfuerzo obtendrá muchos mejores resultados.

Nos dice Bourdieu que cuando la escuela mide la inteligencia, en base a lo que un sector social considera digno de saber, discrimina. El uso de tests de inteligencia valora a los educandos según posean ciertos dones naturales o adquiridos en su medio social que les asegure saber lo valioso en esa sociedad, despreciando lo que saben en cuanto a conceptos y habilidades propios de su entorno.

A modo de ejemplo brindo una experiencia personal que recuerdo al leer estas ideas de Bourdieu. Dando clases en un aula con niños de 13 años, había una ventana que no cerraba, y hacía mucho frío. Solo hubo un alumno que pudo arreglarla, el que tenía las calificaciones más bajas en la clase. ¿Podemos decir que ese niño no es inteligente, si pudo solucionarnos un problema que era importante para nosotros, porque tal vez no lee con fluidez o no posee capacidad de interpretación de textos? Es solo que tiene un tipo diferente de inteligencia, tal como lo expresa la teoría de las inteligencias múltiples, y que en las escuelas, salvo en las técnicas, y solo en la signatura propia del taller, no se valora.

A partir de aquí, es importante reflexionar sobre cómo la educación puede ser un instrumento de reproducción de las desigualdades sociales. La escuela, en lugar de ser un espacio que promueva la igualdad de oportunidades, se convierte en un escenario donde se perpetúan las diferencias. La inteligencia, en este contexto, se convierte en una herramienta de dominación, un medio para legitimar y perpetuar la desigualdad.

Bourdieu argumenta que la educación no es un proceso neutral, sino que está impregnada de valores y normas que reflejan los intereses de la clase dominante. Estos valores y normas se transmiten a través de lo que Bourdieu llama el «currículo oculto», que no se enseña explícitamente, pero que se inculca a los estudiantes a través de las prácticas y rutinas diarias de la escuela.

En este sentido, la escuela no solo enseña a los estudiantes a leer y escribir, sino también a aceptar y reproducir las desigualdades existentes en la sociedad. Los estudiantes aprenden a valorar ciertos tipos de conocimientos y habilidades por encima de otros, a aceptar la autoridad de los profesores y a competir con sus compañeros por las calificaciones y el reconocimiento.

Por lo tanto, es fundamental cuestionar y desafiar estas prácticas y buscar formas de hacer de la educación un instrumento de emancipación y transformación social. Esto implica reconocer y valorar la diversidad de inteligencias y habilidades que existen entre los estudiantes, y proporcionar a todos ellos las mismas oportunidades para aprender y desarrollarse, independientemente de su origen social o económico.