Pruebas objetivas
Las pruebas objetivas surgieron como modo de lograr un parámetro científico, riguroso y no subjetivo de evaluar, siendo el auge de su utilización en Estados Unidos y Europa, a fines de la década del 40.
Según Susana Celman la objetividad de estas pruebas solo surge al momento de puntuarlas, cuando se las corrige, pues solo hay que contar aciertos o errores en las alternativas seleccionadas, que es la única actividad del alumno, nada fácil por cierto, pues la selección requiere de un conocimiento profundo del tema, y de las capacidades de análisis y comparación. Las pruebas objetivas miden sustancialmente rendimientos.
Sin embargo la objetividad pierde toda validez en la construcción de la prueba, pues juega ampliamente la subjetividad al elegir los contenidos a evaluar, y el puntaje asignado a cada ítem.
Se ha comprobado que estas pruebas tienen mucho mayor valor a la hora de ser aplicadas en Ciencias Exactas que en las Humanísticas, y que miden principalmente resultados, ya que no se explicita cómo arribó el alumno a elegir dicha respuesta. Puede ser que su comprensión del tema sea amplio, pero lo “pensó de otro modo” tal vez también justificado, pero si eligió mal, y al no permitírsele argumentar su respuesta, ésta resultará errónea. En las que se debe dar respuestas, éstas deben ser breves.
Si bien las pruebas objetivas se corrigen más rápidamente; prepararlas bien, requiere de mucho mayor tiempo, pues debe evitarse la adivinación, y ser acordes los ítems con los objetivos a evaluar.
Las consignas de las pruebas objetivas deben ser claras, con frases cortas, evitando la ambigüedad, explicitando el propósito de la prueba, el tiempo disponible y el modo de responder. La respuesta de un ítem debe ser independiente de la respuesta de otro ítem. Deben estar dispuestos agrupados por tipo, por ejemplo: todos los de opción múltiple por un lado, las pruebas de ensayo, por otro, los complejos por el otro, etcétera.
La dificultad de los ítems debe ser progresiva, para evitar que desde el principio algunos se frustren, y no puedan continuar.
Los ítems verdadero-falsos son fáciles de construir y facilitan un rápido muestreo, y pueden no limitarse a información repetitiva, sino que suelen incluir interpretación. La parte sustancial que hace que un enunciado sea correcto o no, debe consignarse al final, y la verdad o falsedad no debe ser manifiesta. En general hay que evitar que los enunciados contengan las siguientes palabras: “todos”, “siempre” o “nunca”, pues se intuyen como falsos, mientras que “algunos”, “en general” o “a menudo”, se captan como verdaderos. Si los enunciados son menos de 20, no deben ser exactamente 10 verdaderos y 10 falsos, y el orden en que se dispongan, debe ser azaroso.
En las preguntas de elección múltiple por lo común las posibilidades de elección son cnco, para evitar que se adivine.