Exámenes orales
Históricamente muy valorados como medio de comprobación de conocimientos, donde sus incuestionables virtudes son el de impedir la copia, poder ayudar al alumno con repreguntas o aclaraciones al estar frente a frente, tranquilizarlo con palabras de aliento, profundizar en ciertos aspectos del tema cuando el alumno demuestre un conocimiento acabado, explicar ciertos aspectos que se aprendieron por repetición y no significativamente, y estimular la expresión oral. Sin embargo tener en cuenta que no debe ser utilizado en los primeros años de la escolarización, salvo con muy pocas preguntas breves y precisas. Es el método utilizado más comúnmente en la enseñanza superior y universitaria.
Como contrapartida, se le asignan como puntos negativos, la difícil objetividad en las calificaciones, la falta de pruebas sobre lo evaluado y sus respuestas, el gran tiempo que demandan, y el alto grado de stress que provoca en algunos estudiantes.
En general cuando se trata de exámenes finales, de acreditación, se trata de que no sea un examinador único, pues no queda documentación de lo actuado, más que lo que el profesor puede ir anotando a medida que pregunta y el alumno responde, pero no consta la totalidad de la respuesta.
Como todo examen, el profesor debe tener en cuenta y explicitar su finalidad, los temas a evaluar, no insistir en preguntas que el alumno no puede contestar en un plazo razonable y habiéndole ofrecido ayuda, comenzar con preguntas sobre temas básicos para luego recién profundizar, crear un clima de cordialidad y escuchar toda la respuesta del alumno antes de pasar a la siguiente pregunta. Es frecuente que se escuche al alumno cuestionar sus exámenes orales, pues, por problemas de tiempo, y para poder evaluar a otros alumnos, cuando el profesor se da cuenta que el alumno sabe no lo deja terminar sus respuestas, y el alumno se queda con la sensación de que profundizó el tema y no fue valorado por ello.