El profesor compinche
Coloquialmente, un compinche es un amigo, un camarada, un compañero o cómplice de andanzas y diversiones, y en esto el docente debe ser más que un compinche, más que un compañero de juegos; debe ser alguien, que dotado de mayor saber y experiencia guíe al alumno en la aventura del conocimiento. Puede ser compinche, entendido en el sentido de ser cómplice de algún secreto o travesura inocente que el alumno le ha confiado; pero enseguida debe ponerse en el rol de educador, buscando que cada experiencia le sirva al educando para crecer, para reflexionar y madurar. Debe escuchar la revelación e invitarlo a tomar una posición critica. Es muy lindo que el alumno confíe en su maestro y le cuente lo que le aqueja, sea un problema o una picardía que lo tuvo como protagonista. En ese caso, el docente debe ser merecedor de esa confianza, escucharlo, aconsejarlo y ayudarlo a buscar una solución equitativa y un remedio para el daño ocasionado.
El adulto no puede ponerse al nivel del niño, ni en el caso del educador ni tampoco en el caso de los padres, sino que debe ser ejemplo y autoridad. El docente debe ser agradable, comunicativo, tolerante, pero no un compañero de correrías. Debe ponerse firme y fijar límites cuando ello es necesario; a veces a riesgo de resultar antipático.
Tal vez el profesor compinche, el que comparte chistes, el que se suma a las bromas, el que sugiere algún “faltazo”, el que hace que no ve si alguien se copia en una evaluación, sea más recordado y querido; como puede ser cualquiera de los compañeros; pero sus posibilidades de convertirse en autoridad del aula es muy escasa, y le costará sancionar una falta por grave que sea, ya que se han desdibujado los límites y las diferencias jerárquicas; además de perder prestigio como educador.