Deberes del profesor
Si bien el profesor es la autoridad en el aula, como todo poder, no puede ser ejercido arbitrariamente. Las clases deben estar preparadas y ajustarse al tiempo en que los alumnos permanecerán en el aula, pudiendo incluirse pausas pero mínimas, pues es difícil tras períodos prolongados de inactividad, captar de nuevo la atención en la explicación o la tarea.
El docente debe brindar explicación cuando el alumno lo requiera, salvo que sea evidente que pregunte sólo para molestar.
Debe tratar a sus discípulos de modo respetuoso y cordial, fomentando el diálogo y la motivación. Cuidar su lenguaje, sus modales, su aspecto personal y su puntualidad. Corregir las tareas de los alumnos en tiempo y forma y brindar explicaciones sobre las calificaciones asignadas a los niños.
Es imprescindible que acepte opiniones contrarias a lo expuesto cuando se trate de temas no corroborados científicamente, y siempre que lo afirmado por el alumno no constituya delito (por ejemplo, no puede aceptarse una ideología que apruebe el régimen nazi). Sin embargo, a pesar de ser insostenibles las argumentaciones que plantean los alumnos sobre ciertos temas como el expuesto del nazismo, no debe desautorizarse sus dichos sin más; sino explicar por qué estas ideologías resultan reprobables al estar en oposición a valores universalmente aceptados.
Mantener el orden en su salón de clases es otra obligación del docente, que muchas veces es difícil de cumplir, pues no se cuenta en la actualidad con demasiadas herramientas para ello. Se trata de evitar las amonestaciones o suspensiones, pero todos los docentes sabemos que en muchos casos los propios alumnos claman por límites, que han dejado de ser claros, y el profesor gracias a ello ha perdido autoridad frente a la clase.
Existe una mala interpretación de lo que es un maestro democrático, que es aquel que escucha, comprende (lo que es posible comprender), explica; y al que se confunde con el que deja hacer lo que los alumnos desean; y este anarquismo conduce al caos, a la falta de respeto y a la imposibilidad de enseñar. Ante las faltas graves de conducta, y sin haber retractación y cambio de actitud del alumno tras el o los llamados de atención, se impone la aplicación de sanciones. Sin embargo esto escapa muchas veces a la autoridad del maestro que se encuentra con directivos que guardan los pedidos de sanciones, que pasan al olvido y así el docente va perdiendo legitimación frente a los educandos y la comunidad toda.