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El respeto hacia el docente

Publicado por Hilda Fingermann

Ya hablamos sobre el respeto en la escuela, y ahora vamos a ocuparnos de una forma de respeto en particular, la del respeto hacia la autoridad del aula, que es el docente.

Es frecuente escuchar en conversaciones entre adultos, sean o no docentes, que los maestros y profesores ya no gozan del respeto de sus alumnos, quienes se atreven a gritarles, insultarlos y hasta pegarles. Y esa falta de respeto de los educandos hacia los educadores es extensiva a los padres de los alumnos que no aceptan que a sus hijos se les pongan límites o bajas calificaciones.

Por supuesto que el respeto debe ser mutuo, y que los docentes pueden equivocarse, y es posible cuestionar sus dichos y sus actos; pero siempre mediante el diálogo respetuoso, y aceptando la jerarquía del docente, que no es un par del alumno, sino su guía en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Cuestionar al docente hablando con él o pidiéndole explicaciones en un tono sereno y no agresivo es un derecho de los alumnos y padres; pero agredirlo escapa a toda posibilidad, incluso si el docente no ha respetado los derechos del menor; en cuyo caso, si luego de conversar con él, el problema no halla solución, puede recurrirse a la dirección del establecimiento o a otras instancias superiores.

La violencia, verbal o física no es el camino; y los padres deben enseñar a los niños desde sus hogares el valor del respeto, incluso por sí mismos, lo que supone saber defenderse de modo pacífico, pero firme, de las agresiones que reciba.

Muchos niños no saben respetar ya sea porque en su casa hacen y dicen lo que quieren y a quien sea, o porque en sus hogares reciben agresiones constantes, y las canalizan en la escuela, donde saben que el docente no puede reaccionar contra ellos agresivamente sin recibir sanciones, como sí pueden hacerlo sus padres, amparados por la privacidad del hogar.

Los niños de hoy son cuestionadores y críticos, y eso está muy bien; pero también necesitan límites. Dejarlos expresarse no significa que puedan decir o hacer cualquier cosa, o, de cualquier manera. El maestro, con paciencia, pero con firmeza debe explicarles no solo con palabras sino con su propio ejemplo, que podemos defender nuestros derechos y nuestras ideas sin violencia; y aceptando que en muchas de las relaciones humanas, para que exista orden y armonía se impone una jerarquía (autoridades de gobierno-ciudadanía; padres-hijos; docentes-alumnos, jefes-empleados) pues siempre debe haber alguien que marque el camino, por supuesto dentro de los límites de no avasallar los derechos de quienes están a su cargo.