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Ingresar a la universidad

Publicado por Hilda Fingermann

Como experiencia, es una de de las que uno jamás olvidará, especialmente si debió rendir un examen de admisión, como se exige en la mayoría de los países, que más que una evaluación sobre aptitud cognitiva lo es sobre equilibrio emocional, que es lo que se debe tener para soportar estoicamente demostrar en un cortísimo lapso de tiempo que alguien está preparado para asumir la responsabilidad de aspirar a ser estudiante y un futuro profesional de la carrera que ha elegido y “supuestamente” le gusta, pues a decir verdad con 18 años como generalmente se tiene al elegir carrera, no se está seguro en general de la vocación.

Nada por supuesto asegura que el alumno reprobado no haya sido una pérdida no solo para él sino para la institución universitaria, y para la profesión a la que se dedicaría, pues la calificación obtenida nos muestra solamente que no pudo resolver en ese momento ciertas consignas elegidas arbitrariamente, pudiendo conocer otras, o aprender esos contenidos a posteriori.

En la Universidad Nacional de la Plata, donde he cursado mis estudios de Abogacía, debí rendir un examen de admisión para ingresar, eliminatorio, exigencia impuesta por quienes ejercían el gobierno de facto en ese entonces (año 1978). Nunca olvidaré mis nervios, mi angustia, la desolación que importaba que todo dependiera de responder correctamente esos exámenes de Historia, Lógica y Comprensión de Textos. Estudié mucho, pero eso no calmaba mi preocupación. Mi futuro pendía de tres exámenes, que finalmente aprobé. Actualmente, en esta Universidad a la que orgullosamente pertenezco, no se toman esos exámenes, salvo para el ingreso a Medicina. Se exige en la mayoría de los casos un curso de ingreso nivelatorio, pero no excluyente. Sin embargo, como profesora de primer año, me encuentro con alumnos que no están preparados para la difícil tarea de estudiar en la universidad.

Pasada la admisión y ya dentro del ámbito universitario, la diferencia con el régimen de estudios que le antecede es enorme, tanto en la calidad como en la cantidad de conocimientos exigidos. Muchos alumnos no han adquirido destrezas básicas que se requieren en el ámbito universitario (tomar notas, hacer cuadros sinópticos, resumir), mientras otros no poseen el hábito de estudiar, ya que en el nivel secundario con una o dos horas diarias alcanzaba y en la universidad se le deben dedicar muchas más para cumplimentar las exigencias. La diferencia está en que una vez dentro, serán ellos mismos quienes decidirán si se empeñan en adquirir esas habilidades de las que carecen, dedicando a ello tiempo y esfuerzo, o si abandonan, pero será una decisión personal, que puede meditarse y evaluarse; muy distinta a que un examen de admisión decida el futuro de miles de jóvenes.