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El paso del secundario a la universidad

Publicado por Hilda Fingermann

Terminar el colegio secundario, etapa en la cual el alumno estaba contenido por un sistema inclusivo, desarrollada en aulas de relativamente pocos estudiantes, bajo una estructura prefijada en horarios y contenidos; con un acompañamiento docente personalizado, con múltiples disciplinas y con exigencias moderadas; para pasar a un sistema de aprendizaje más autónomo, con horarios variados; con varios profesores por materia (Titular, adjuntos, Jefes de Trabajos Prácticos) estudiando solo materias específicas del área elegida, con contenidos muy profundizados y exámenes complejos; con altos requerimientos de aprendizaje autónomo; hacen de esta transición, un período de adaptación, muchas veces, difícil y angustiante.

Además, es importante tener en cuenta que la universidad no solo implica un cambio en el ámbito académico, sino también en el personal. El estudiante se enfrenta a un nuevo entorno, con nuevas personas y nuevas responsabilidades. Es común que durante este período se experimenten sentimientos de soledad, estrés o ansiedad. Es fundamental que el estudiante sepa que estos sentimientos son normales y que no está solo. Muchas universidades ofrecen servicios de apoyo psicológico para ayudar a los estudiantes a manejar estos sentimientos y a adaptarse a su nueva vida.

Ya el hecho de seleccionar la profesión que se desempeñará el resto de la vida es una tarea complicada, pues a menudo son varias las disciplinas que le agradan al alumno; o no tiene preferencias por ninguna en especial; o existen muchas que resultan similares. Por ejemplo: “No sé si me gustaría ser Psicólogo, Filósofo o Sociólogo” o “Estoy en dudas entre Medicina y Odontología”.

Las presiones, de familiares, docentes y amigos, suele ser decisiva a la hora de escoger una carrera, y también el imaginario sobre el futuro económico que representa graduarse en determinadas áreas del saber, lo que no siempre se concreta. Algunos estudiantes creen estar seguros de su elección, ya tomada desde niños; pero esto no siempre es así; pues los niños imaginan el desempeño de una profesión, idealizándola, y muy alejada de lo que es en la realidad. Por eso es importante, decidir o repensar la carrera a seguir, cuando se está finalizando el secundario, para minimizar los riesgos de frustración posterior, al comprobar que la carrera elegida no era lo que se había imaginado; o que no se está en la posibilidad o en las ganas de afrontar las exigencias que esos estudios demandan.

Se recomienda averiguar antes de inscribirse, cuántos años duran las carreras, el régimen de cursadas, la demanda de tiempo diario, las incumbencias del título, los conocimientos previos necesarios (para prepararse con antelación y capacitarse, para no sentirse en un mundo tan desconocido donde no se entiende lo que el profesor explica, ya que él da por sabidos ciertos contenidos o que se cuenta con herramientas que tal vez no se tienen). Aun así, y aunque se tomen todos los recaudos, la posibilidad de que el primer año cueste, o que deba recursarse es una posibilidad, pero que no debe tomarse como una derrota definitiva, y abandonar, sin más.

Es importante recordar que cada persona tiene su propio ritmo de aprendizaje y que no hay que compararse con los demás. Si se necesita más tiempo para entender un concepto o para preparar un examen, no hay nada de malo en ello. Lo importante es no rendirse y seguir esforzándose.

Tomarse el tiempo para ver si la carrera es realmente la soñada, si estamos dispuestos a dedicar tantas horas al estudio o si necesitamos adquirir hábitos y habilidades; es un buen modo de recomenzar, continuando los estudios en esa facultad, con una nueva actitud más seria y responsable o cambiando de carrera universitaria o eligiendo un nivel terciario o aprendiendo un oficio u optando por trabajar. Todas son opciones válidas y ninguna es mejor o peor que la otra, si sabemos imponer nuestras propias decisiones a los mandatos sociales.