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El aula invertida

Publicado por Hilda Fingermann

El aula invertida es una estrategia de enseñanza-aprendizaje, dentro de las llamadas formas de aprendizaje activo, donde el alumno es el que tiene el rol protagónico, en lugar del docente, como en la escuela tradicional.

En el aula invertida se combinan la modalidad presencial y la virtual, para aprovechar lo mejor de cada una de ellas, en forma ecléctica y complementaria, sumando las posibilidades que cada una ofrece, sin oponerlas, para potenciar los resultados, y que se traduzcan en un aprendizaje significativo y, por, lo tanto, duradero.

El término, originariamente, procede del inglés “flipped classroom”, y, básicamente, el aula invertida, se fundamenta en las ideas de Piaget, Vygotsky y Dewey, entre otros, considerando que los aprendizajes más complejos deben hacerse en el aula, construyendo significados, discutiendo soluciones o aplicándolos a casos prácticos, en forma grupal y colaborativa, sin descuidar la individualidad del educando, que debe sentir que la clase le es personalmente interesante, teniendo el docente en esta etapa un rol destacado, para apreciar las fortalezas y debilidades, e intervenir sobre ellas, de modo intencional, motivador y con retroalimentación.

Sin embargo, se remarca y se otorga suma importancia a la previa lectura y trabajo con los contenidos, fuera del aula, a través fundamentalmente de vídeos, mirándolos y resolviendo cuestionarios, para asimilar los contenidos teóricos, cada uno a su propio ritmo; antes de la clase presencial.

Posteriormente, al encuentro presencial, la idea es poder seguir profundizando los interrogantes que se sigan planteando, en forma personal y de modo remoto, escogiendo el estudiante las fuentes que considere más pertinentes, y aplicando lo que aprendió en nuevos campos del saber, siempre contando con el apoyo de su maestro.

Esta modalidad, difundida especialmente por los profesores de química norteamericanos Jonathan Bergmann y Aaron Sams, exige docentes flexibles, dispuestos a revisar sus propias prácticas pedagógicas y repensar estrategias. Se necesita, además, adaptarse y dominar las nuevas tecnologías y respetar a cada estudiante en su singularidad.

Un inconveniente importante es que el acceso a las nuevas tecnologías es desigual, creando aún más diferencias, entre aquellos que pueden disponer de ellas con respecto a las clases sociales con mayores carencias económicas, que no cuenten con ordenadores y acceso a internet.

Además, hay padres que se involucran más en el aprendizaje de sus hijos y disponen del tiempo y la formación suficiente para acompañarlos en el manejo de la tecnología, especialmente si se trata de niños pequeños, pero otros no; por lo que su uso es mucho más eficaz e igualitario, en estudiantes secundarios, terciarios y universitarios, aunque es recomendable comenzar gradualmente desde la escuela primaria, para que vayan conociendo y familiarizándose con estas prácticas.

Otro problema es generar responsabilidad en los estudiantes, pues, para que se cumplan los objetivos, los alumnos deben llegar a la clase presencial con el material analizado, lo que no siempre ocurre, y si no cuentan con la parte teórica, difícilmente puedan hacer preguntas sobre el contenido, discutir o reflexionar sobre él. Otro problema es la inversión de recursos en la formación docente, ya que implica un conocimiento amplio de las TIC, y de nuevas maneras de dirigir la clase y evaluar a los alumnos.