Premios y castigos en el aula
Los premios y castigos fueron una práctica instalada en la escuela tradicional y aún hoy no consiguieron ser erradicados, ya que si bien se ha intentado hacerlo resulta que muchos alumnos si no hay castigo tienden a no respetar los límites y si no hay premios no entienden el significado que podría tener su esfuerzo, en una cultura donde todo se hace para ganar algo, y en la que no sienten que adquirir conocimientos, habilidades, valores y normas de conducta, sean un bien por sí mismos.
Los premios y castigos son la premisa de la educación conductista, que busca con ellos una motivación externa, que en general resulta eficaz en el caso particular, pero tiene una consecuencia nefasta a largo plazo, que es la de acostumbrar a que si no me dan un premio o no recibo el castigo, no haré la acción solicitada o me abstendré de hacer lo que no debo.
Los castigos generan miedo y el miedo no educa sino que adoctrina; los premios crean rivalidades, y con ellos envidia y frustración.
Esto no significa de ninguna manera no reconocer el esfuerzo y los progresos alcanzados, que juntos, cada alumno con su docente deben evaluar, alegrándose de los avances y planificando el modo de sortear las dificultades subsistentes. Si el alumno a pesar de su esfuerzo no puede obtener los resultados esperados, se lo debe ayudar apoyándolo especialmente, porque castigarlo con una mala nota, si aún no puede, no porque no quiere, sino porque no está aún maduro o le faltan contenidos previos, solo conseguirá resentir su autoestima y estimular la deserción escolar. En estos casos conviene resaltar cada pequeño logro para que vaya adquiriendo confianza en sus posibilidades. Si se muestra remiso a trabajar en clase, hay que indagar las razones (si se aburre porque las tareas no le resultan interesantes, si tiene temor a hacerlo mal por experiencias pasadas nefastas, si le cuesta comprender las consignas, etcétera). En general el niño que no quiere hacer sus tareas no se siente bien con ello, sino que algo le está ocurriendo.
Si el alumno desconoce las reglas escolares y ocasiona daños a sus compañeros y/o al establecimiento, debe llamárselo aparte y hablar con él seriamente, pautando el modo de reparar lo que ha cometido, e incluso, informando a sus padres de su mal comportamiento para poder trabajar juntos, escuela y familia, averiguando qué está pasando con ese niño para que se comporte de ese modo. O sea, se debe intervenir atacando las causas de su rebeldía y no evitando que aflore su ira y descontrol por temor al castigo, generando una represión que tal vez cuando estalle será mucho mayor, o se manifestará de algún otro modo, perjudicial para sí mismo o los otros. Si luego de analizar el contexto del menor hallamos que solo se trata de quien no conoce ni respeta límites y que todo el tiempo está tratando de ver hasta donde puede llegar porque nunca le dijeron que no a nada, entonces sí la sanción deberá ser aplicada, ya sea cambio de turno, suspensión, etcétera, tras explicarle su finalidad, ya que de lo contrario, cuando termine el colegio no estará preparado para aceptar los límites que la sociedad impone y los desafiará permanentemente.