La utilidad de las teorías en la práctica docente
Las teorías educativas son principios y conocimientos organizados que tratan de conocer y explicar distintos fenómenos que ocurren dentro del proceso enseñanza-aprendizaje, para realizar predicciones, orientar, prevenir situaciones problemáticas o dar remedio a las mismas. Las teorías son generalizaciones que surgen desde la lógica, la observación y la experiencia.
Las teorías educativas tratan de explicar cómo se enseña y se aprende, en sus distintos aspectos: currículo, evaluación, etcétera. No hay una sola teoría, sino muchas; y a lo largo del tiempo van surgiendo nuevas, que quitan valor a las anteriores en muchos casos, producto de la distinta concepción sobre los roles de los alumnos y docentes, sobre el modo de calificarlos o sobre cómo se deben aprehender los contenidos, entre otros casos.
Los docentes en su práctica cotidiana, explícita o implícitamente adhieren a alguna teoría, y, en ocasiones, la que dicen seguir, no se plasma en los hechos. Algunos docentes se jactan de ser muy modernos y adherir a las teorías de aprendizaje significativo y del alumno activo y protagonista, que es lo que les han enseñado cuando estudiaron para ser maestros o profesores, pero es frecuente que, por rutina, comodidad o apatía, los encontremos dictándoles los contenidos, durante prolongados espacios de tiempo, o evaluando solo resultados.
Tampoco saber teorías asegura ser un buen docente, pues es necesario llevarlas a la práctica, y adaptarlas a cada grupo de alumnos, y a cada uno de ellos en particular, pues, así como en medicina “no hay enfermedades sino enfermos”, en docencia, cada educando es único e irrepetible, en su modo de ser, de sentir y de actuar.
Debemos tener en cuenta que las teorías pueden estar equivocadas, que pueden estar mal aplicadas o no ser las adecuadas para ese contexto. Si bien es importante conocerlas, no debemos dejar de evaluar si son las que necesitamos para el objetivo propuesto. Por eso, un buen docente debe conocerlas, pero también debe usar su propia experiencia, su lógica y su sentido común, para verificar, tras su aplicación, si conviene seguir en esa dirección o intentar probar con otra teoría.
¿Sirve entonces que los docentes conozcan y apliquen teorías educativas? Por supuesto. Pero no a ciegas. Así como un médico sigue la evolución del paciente tras darle un medicamento, el docente debe monitorear los procesos y los resultados; de acuerdo a ello decidir si la sigue aplicando o elije otra, o las combina. La labor docente no es mecánica ni una mera aplicación de teorías a la práctica áulica, es un pensar y repensar constante, un desafío que no se resuelve con fórmulas mágicas, sino con paciencia, diálogo, empatía, ganas, conocimiento y esfuerzo.