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La disciplina escolar

Publicado por Hilda Fingermann

La palabra disciplina tiene el mismo origen etimológico que discípulo. Ambas se originan en el latín “discipulus” cuyo significado sería la instrucción que se brinda al educando, para lo cual se debe conseguir amoldarlo a ciertas pautas para lograr el resultado esperado. Se basa en que para concretar el aprendizaje se necesita cierto orden en las acciones con que se pretende encarar el camino.

El orden es absolutamente necesario en el aprendizaje, no se puede enseñar ni aprender en el caos, y no debe confundirse con avasallamiento a los derechos humanos, salvo que se aplique de tal manera que el orden resulte privilegiado a la hora de elegir entre ese derecho y otros prioritarios, como la participación activa, el espíritu crítico, el diálogo, la argumentación, que si bien puede alterar el orden estático del salón, no constituyen actos de indisciplina como gritar, conversar imposibilitado la explicación del profesor o la concentración de los compañeros en las tareas, no respetar los horarios de entrada y salida, insultar, levantarse sin motivo y sin autorización, golpear a alguien o al mobiliario o paredes, etcétera.

La convivencia escolar armónica necesita reglas, plasmadas en el reglamento de convivencia, que deben ser coherentes, lógicas y fundadas en el interés superior de todos los niños que comparten el aula. Estas normas, de ser posible, deben ser impuestas democráticamente, por todos los actores de la comunidad escolar, y acatadas unánimemente. Si se percibe que una vez configurada la conducta sancionable, la pena no se aplica, la norma comenzará a ser frecuentemente violada. Las sanciones no deben ser vejatorias ni humillantes sino aplicarse con fines formativos, y graduarse de acuerdo a la gravedad de la falta cometida. Pueden consistir en advertencias, firma de registro de actas de indisciplina, citación a los padres, amonestaciones, suspensión, cambio de curso, de turno o de establecimiento escolar.