La escuela y el hogar
El hogar es el primer ámbito donde el niño se forma y recibe los valores que lo acompañarán toda su vida. Cuando ingresa al colegio, pasa en él algunas horas recibiendo la influencia de sus docentes y compañeros, pero el hogar sigue siendo el marco de referencia del niño, con figuras ejemplares incuestionables, especialmente hasta la adolescencia. Del seno del hogar se aprende el respeto, la solidaridad, se adquiere la autoestima, todo lo cual el establecimiento educativo tratará de reforzar. Si escuela y hogar van de la mano, en cuanto a la finalidad propuesta: formar una persona útil, responsable, confiable, segura de sí misma, respetuosa de las normas y las instituciones, seguramente el camino no tendrá obstáculos. Sin embargo, sucede en muchos casos, que los niños pertenecen a familias donde los padres están demasiado ocupados en otras cuestiones (resolver problemas económicos, demasiadas horas de trabajo fuera del hogar, padres muy jóvenes o muy mayores, crisis matrimoniales, problemas de salud, etcétera) que no les permiten brindar a sus hijos tiempo ni en calidad ni en cantidad. Otros casos más graves incluyen padres con problemas de adicciones o que actúan al margen de la ley.
Cuando esos niños que no tienen apoyo familiar y en el hogar no existen normas éticas ni de conducta claras, concurren a la escuela, se produce el conflicto entre las reglas institucionales y la anomia en la que viven fuera del aula. Allí aparece el enorme problema de cómo hacer en las pocas horas que el niño se encuentra motivado a actuar de manera socialmente positiva, para contrarrestar la influencia negativa de su entorno familiar y social, pues al no tener contención de su familia, seguramente pasa mucho tiempo en la calle. Si el educando en esos casos, opta por seguir actuando como lo hace fuera del colegio, será un escollo para su propio aprendizaje y para el de sus compañeros, pues impedirá el desarrollo normal de las clases. Ante esto los docentes recurren a la citación a los padres, que es muy probable que no concurran o que expresen que están demasiado ocupados, o que los niños tampoco a ellos les obedecen.
Otro grave problema, es cuando los padres cuestionan lo enseñado por el maestro, o las calificaciones o sanciones impuestas. En estos casos, si los padres no están de acuerdo, deben ir a hablar con el docente, y aclarar sus dudas, pero jamás descalificarlo ante sus hijos.
Así el docente se encuentra solo ante un problema social, originado en un ámbito donde debería reinar el amor y la comprensión. Familia y hogar deben complementarse para que el proceso educativo se desarrolle eficazmente. Si uno de ambos elementos falla, es casi seguro que los objetivos planteados serán muy difíciles de alcanzar.