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La escuela como segundo hogar

Publicado por Hilda Fingermann

Tradicionalmente se concibió a la escuela como un segundo hogar, institución que continuaba el papel fundamental cumplido por la familia en los primeros años en la educación de sus hijos, y luego la complementaba. Ambas instituciones tenían un reconocimiento social importante e incuestionable.

Actualmente la familia está sufriendo una gran crisis y la escuela también, porque también hay una crisis social en materia de valores.

Se ha hecho un progreso increíble en cuanto a la abolición aparente del autoritarismo, ya no se puede ni siquiera levantarle la voz a un alumno, sin que éste le recuerde que es sujeto de derecho y que debe ser respetado, lección muy bien aprendida; y sin embargo, somos testigos a diario de violencias físicas y psicológicas que los niños padecen especialmente en el seno de sus hogares, lugar en el que deberían ser protegidos y cuidados.

¿Por qué entonces son esos mismos niños los que reclaman el respeto a sus docentes en la escuela, cuando ellos son los que se hacen objeto de castigos por no cumplir las normas de la escuela? Tal vez porque eso es lo que viven en sus familias, donde los adultos transgreden las reglas que les impone cuidarlos, y ellos se sienten sin protección. En cambio en la escuela, hay público (están sus compañeros que presencian cómo se los trata) y están los directivos adonde pueden quejarse. Entonces se atreven a desafiar los límites, porque saben que en la escuela no se les va a pegar ni atentar de cualquier otro modo contra su salud, y que como la autoridad de la maestra puede ser discutida, encuentran allí un flanco en el sistema perverso en que involuntariamente los colocaron. Están acostumbrados a obedecer solo por miedo a actitudes violentas.

La escuela no es tampoco el lugar idílico o soñado, muchas veces sucede lo contrario de lo que relatamos antes. Niños acostumbrados a ser respetados y escuchados en sus casas, sienten que en la escuela hay una maestra desbordada, especialmente por los problemas de conducta que presentan esos niños que descargan en la escuela lo que no pueden hacer en sus casas; y que reciben los que se portan bien, castigos injustos por faltas que no cometieron: “se portaron mal y mañana tendrán examen de todo lo visto hasta ahora” o “saquen una hoja, no tolero más estas faltas de respeto” o “no puedo identificar a los culpables, así que recibirán amonestaciones colectivas”.

Para que la escuela vuelva a ser el segundo hogar, debemos reforzar el primero. La escuela no puede cambiar valores que están arraigados en el seno familiar en las pocas horas que los niños asisten allí. Padres ausentes, o demasiado jóvenes, o excedidos de trabajo y compromisos extra familiares, o problemas económicos, hacen que los niños no vean a la escuela como segundo hogar, pues tampoco tienen el primero.