Los hábitos en la escuela
Los hábitos se forman por repetición de conductas, y no siempre son buenos. Cuando alguien fuma en forma cotidiana, luego no puede dejar de hacerlo, pues se ha creado un hábito (repite la conducta con habitualidad), siendo un hábito malo, y por lo tanto un vicio.
Las conductas valoradas socialmente como buenas, que al repetirse, luego se tornan naturales en quien las practica, se llaman virtudes, y son las que la escuela tiende a incorporar en sus alumnos, en los llamados contenidos actitudinales: permanecer sentado durante la clase, escuchar con atención, ser prolijo en su aspecto personal y en sus elementos de trabajo, ser solidario, respetuoso, puntual, hacer la tarea sin ayuda de mayores, etcétera. El fin es que se transforme en el futuro en un adulto autónomo, responsable, útil, y por lo tanto feliz.
La escuela como formadora de hábitos es complementaria de la acción de la familia, ya que si un niño recibe en su casa ejemplos de hábitos viciosos, es casi seguro que tenderá a repetirlos, por imitación, y será difícil revertir ese aprendizaje en las pocas horas en las que asiste al establecimiento escolar. Es por ello, que la interacción familia-escuela es tan importante en este sentido. Cuando un niño recibe información incompatible, contradictoria, desde su ámbito familiar, se produce en él una gran incertidumbre. Por ejemplo por qué si en su casa escucha insultos constantemente, en la escuela eso está mal.
Algo similar ocurre con los medios de comunicación masivos, especialmente la televisión, donde se muestran niños que se portan mal, que no estudian, que se copian en los exámenes, que son desprolijos, haciéndolos aparecer como “los divertidos y populares” de la clase; sin darse cuenta que estimular a repetir estas conductas se les hará hábito, y este modo de actuar es probable que los acompañe en la vida adulta, donde no se verán como alegres y aceptados por sus compañeros de actividades, sino como estorbos y parásitos sociales.