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Matilde Filgueiras y el guardapolvo blanco

Publicado por Hilda Fingermann

Si bien en casi todos los países del mundo, los estudiantes usan uniformes escolares, con el fin de igualar, y que se trate de no hacer visibles las diferencias de clase entre los educandos, que podría hacerse ostensible a través de la calidad y lujo o sencillez de sus atuendos; existe un tipo de uniforme, que es característico de las escuelas públicas argentinas, que se convirtió en obligatorio en escuelas primarias y secundarias, y que aún hoy, es considerado un requisito en el nivel primario, con algunas excepciones. Nos estamos refiriendo al guardapolvo blanco.

La diferencia fundamental del guardapolvo con respecto a otros uniformes, es que es más económico y no lleva ningún signo distintivo de la institución a la que el alumno pertenece, sino que es igual para todos los que asisten a establecimientos de gestión pública, y los identifica como tales.

La idea de establecer el guardapolvo como uniforme, partió de Matilde Filgueiras, una maestra porteña, que trabajaba en el año 1915, ejerciendo su profesión en la escuela Cornelio Pizarro, ubicada en la calle Peña 2670 (barrio Recoleta) la que expresó su propuesta, en una reunión donde se convocó a docentes y padres, explicando que la finalidad era borrar diferencias socioeconómicas y permitir un atuendo que proteja la ropa y asegure la limpieza, a pesar de que en ese tiempo el uso de uniformes estaba prohibido. Los asistentes prestaron conformidad, siendo el blanco el color escogido.

Fueron las propias madres las que confeccionaron esos primeros guardapolvos, con tela que compró Matilde Filgueiras con su propio dinero, y el Consejo de Educación, a pesar de haber recibido denuncias de algunos padres disconformes, vio la medida como plausible, y recomendó su uso, sin hacer mención al color, en 1918, a todas las directoras de escuelas. En ese año, Filgueiras llegó a ocupar el cargo de directora de su establecimiento.

Su uso fue aprobado durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, el 1 de noviembre del año 1919.

El guardapolvo se convirtió en prenda de uso escolar obligatorio en la enseñanza de gestión pública recién en el año 1942, como un primer atisbo de educación inclusiva, aunque su uso ya se había convertido en costumbre paulatinamente, desde la propuesta de Filgueiras. No solo lo usan los alumnos sino también todos los docentes y directivos del nivel primario.

Es importante destacar que el guardapolvo blanco no solo se convirtió en un símbolo de igualdad y unidad entre los estudiantes, sino que también se convirtió en un emblema de la educación pública argentina. El guardapolvo blanco, a pesar de su sencillez, lleva consigo un mensaje poderoso de igualdad y oportunidad para todos, sin importar su origen socioeconómico.

Además, el guardapolvo blanco ha jugado un papel importante en la historia de la educación en Argentina. Durante los años de dictadura militar, el guardapolvo blanco se convirtió en un símbolo de resistencia y lucha por la educación pública. Muchos estudiantes y profesores usaron el guardapolvo blanco como una forma de protesta pacífica contra las políticas educativas del régimen militar.

Han ido cambiando las telas y modelos con el tiempo y los cambios culturales. De los guardapolvos tableados, y atados con un moño en la parte posterior de la cintura, y almidonados de las niñas, a los modelos más simples, rectos y abotonados por delante, similares a los de los varones; hasta dejarse poco a poco de lado su uso en el nivel secundario, y, en algunos casos aislados, también en la primaria, el guardapolvo blanco es todo un símbolo de la educación pública argentina.

Hoy en día, el guardapolvo blanco sigue siendo una prenda común en las escuelas públicas de Argentina. Aunque su uso ha disminuido en algunos lugares, sigue siendo un recordatorio de la importancia de la educación pública y de la lucha por la igualdad y la inclusión en la educación.