Sobre exigencia escolar
La escuela es la institución creada socialmente para ser el lugar de reunión de niños y adolescentes, con el fin de que, guiados por adultos, capacitados y responsables, puedan desarrollar en contacto con ellos y con sus pares, sus potencialidades físicas, emocionales e intelectuales, transmitiéndoseles valores; y los contenidos y herramientas acumulados a lo largo de la historia cultural.
Uno de esos valores, es el del esfuerzo, mostrándoles que sus deseos no se cumplen en general por arte de magia, sino que requieren compromiso y dedicación; o sea, un trabajo que demanda tiempo, concentración y responsabilidad. Hasta aquí, la exigencia escolar es una necesidad y un hábito, que debe ser forjado desde temprana edad, para que el niño o joven se convierta en un adulto responsable.
El problema es cuando el estudio, las tareas escolares y aun las extraescolares, son tantas (consideradas con respecto a cada alumno en particular) que demandan por parte del educando un esfuerzo tan mayúsculo, que le roba horas de sueño, de juegos y de relaciones sociales, que son tan importantes en su agenda diaria, como las actividades escolares.
Un niño puede sentirse sobre exigido con las mismas tareas que otro se siente cómodo, pues cada persona es única y diferente. Hay seres humanos capaces de leer un libro entero en un día y sentirse plenos y dichosos; mientras que otros terminan agotados. Lo mismo podría decirse de resolver ecuaciones matemáticas o de correr ciertos kilómetros.
Cuando un niño nos expresa sentirse cansado, no debemos pasar por alto ese comentario. Puede ser que no haya descansado bien o que la tarea sea de una complejidad muy elevada para su actual estado de maduración intelectual o física. Tampoco es cuestión de evitarles hacer sus actividades ante su mera queja; sino escucharlos, para saber el motivo; y reflexionar junto a ellos para descubrir lo que realmente les está sucediendo; si lo hacen por puro deseo de prescindir de sus deberes, o si existe una causa atendible.
Si no los escuchamos, y los obligamos a hacer cosas que superen sus posibilidades, se convertirán en adultos insatisfechos, que se sienten incomprendidos, frustrados y resentidos. Puede ser que logremos nuestro propósito y forjemos a alguien sobre adaptado, capaz de resignar sus necesidades en pos de agradar y satisfacer las expectativas sociales, pero no pidamos, además, que sea feliz, pues le hemos reprimido sus propios anhelos; o, por el contrario. obtendremos un resultado totalmente opuesto: alguien que tenga un total desinterés por todo, angustiado y deprimido, que, al no poder cumplir con las demandas, simplemente baja los brazos, y se rinde.
En cambio, si los alentamos diciéndoles que está muy bien lo que han hecho, y que pueden continuar haciéndolo al cabo de un rato, cuando descansen o se distraigan, estaremos forjando personas conocedoras de sus límites, de sus fortalezas y debilidades, que emprenderán los desafíos no en carrera vertiginosa y estresante, sino como un viaje placentero hacia puertos seguros, al que arribarán, tal vez un poco más tarde, pero en plenitud y libertad.
Exigirle a un niño en su escolaridad primaria, más de cuatro horas de actividades formales, es ponerlo casi a la altura de las exigencias de un adulto, y le queda un largo camino todavía para estudiar y trabajar, quedando probablemente agotados, en la mitad de la ruta.