Educación sin barreras
Las barreras son los límites que otros o nosotros mismos nos imponemos a la hora de aprender. Derribar esos escollos nos permitirá ser mejores cada día pues somos seres perfectibles, y todos podemos mejorar aunque unos tardemos más tiempo y otros menos en alcanzar las metas realistas que nos propongamos. Por supuesto que debemos contar para ello con recursos, propios y ajenos.
Lo más importante es estar motivados, ya que nadie podrá aprender significativamente si no lo quiere; a lo sumo, obligados, se podrá aprender ciertos contenidos por repetición. Por ello los docentes y padres debemos tener paciencia con los niños pequeños, e ir poco a poco abriéndoles las puertas del saber como una herramienta de descubrimiento del mundo que nos rodea. Todos hemos advertido el inmenso placer que tiene un niño cuando aprende a descifrar los mensajes antes incomprensibles que están escritos en los carteles o en los libros de cuentos; y esa gratificación es la que debería hallar cada estudiante cuando descubre en cada lección escolar un desafío o una revelación. Cuando se tiene padres comprensivos y estimuladores y se accede a una escolaridad con maestros, guías del saber, en un ambiente de calidez, armonía y con recursos pedagógicos y económicos suficientes, en general el camino no presenta demasiadas barreras; pero ellas se alzan con total claridad cuando hay padres ausentes, conflictos familiares, falta de recursos económicos o discapacidades físicas y/o cognitivas.
Esas barreras parecen decirle a las personas, “hasta acá has llegado”, pues si bien las leyes te conceden derechos y te declaran igual a los demás, la realidad te demuestra que no naciste en el hogar soñado, que tu familia no puede comprarte los útiles escolares o la ropa para asistir al colegio, o vives muy lejos de la escuela o sufres algún problema de salud. No todos somos iguales, hay ejemplo de personas, que a pesar de las adversidades salen adelante, son los resilientes, los que nacieron para triunfar a pesar de todo, y así vemos grandes artistas, intelectuales o deportistas que consiguieron lo que se proponían derribando barreras que parecían infranqueables; y por el contrario observamos como otros, teniéndolo todo, desaprovechan una por una todas las oportunidades que se le dan. Esto último es ya una elección de vida; pero lo triste es cuando la adversidad nos gana por no tener ayuda; y allí está el papel de aquel vigilante social que los hombres decidieron crear para que rija sus destinos con equidad: el Estado, que tiene un compromiso ineludible con los que sufren, con los que carecen, con los que la vida parece haberse ensañado.
Sin embargo, no es darles un plato de comida ni un par de zapatillas o un guardapolvos; no es darles una mínima instrucción que los saque apenas del analfabetismo lo que esos seres necesitan para sentirse plenos; debe dárseles educación de calidad, con exigencias progresivas, para que puedan cada día saber más, y no para que se conformen y contenten con el rol de un estado asistencialista que les tira migajas. Ellos deben sentirse reconocidos como iguales, y si bien se debe avanzar un poco más lentamente debido a sus diferencias, éstas deben ir progresivamente borrándose con el esfuerzo compartido de alumnos y docentes, quienes no deben regalarles nada, sino solamente con cariño y paciencia sortear las dificultades. Tal vez el diploma llegue un poco más tarde, no importa, pero será dignamente merecido. Si les regalamos un título que no se condice con su desarrollo cognitivo los estamos engañando, y reproduciremos el circulo de carencia y la injusticia que ya venían soportando.
Educar sin barreras no es disimularlas, es romperlas, para que educar sea un proceso responsable donde se premien el esfuerzo y la dedicación sin subestimar a nadie, pero dialogando sobre lo que desean alcanzar y advirtiéndoles sobre los esfuerzos que implica, que tal vez no todos desean o puedan hacer. Los planes de enseñanza que permiten terminar los estudios en menos tiempo, las escuelas montadas en lugares alejados con recursos ínfimos, la eliminación de aplazos y sanciones, son solo agradables mentiras que nos venden como generosos beneficios y que a la larga, cuando comprobemos que no estamos preparados para la realidad que elegimos solo nos causarán frustración.