Experiencia docente
La práctica áulica es fundamental a la hora de adquirir experiencia docente, que es tanto o más importante que el conocimiento teórico de la asignatura y de las herramientas pedagógicas, que se van adquiriendo también, a medida que se pasan horas frente a los alumnos.
Por supuesto la experiencia es positiva y enriquece cuando el docente está dispuesto a que cada día que le dedica a su tarea de enseñar, sea para autoevaluarse, para crecer como persona y como profesional, para buscar en cada caso el modo más eficaz de encarar la problemática pedagógica; cuando se abre al diálogo, asesora a los docentes jóvenes de quienes se constituye en referente, y siente que aún le queda mucho para dar y para aprender.
La experiencia no sirve de nada si el mal docente continúa en ese camino y no trata de cambiar, de aprender cada día de sus errores, mejorando para superarse. Hay muchos docentes, lamentablemente, que ejercen esta profesión sin vocación, y por lo tanto, los gana la rutina, el desgano; y cada año, en lugar de enriquecerse con su experiencia, ésta se le viene encima, aplastándolos, y solo esperan que llegue la jubilación, contagiando esta abulia a los alumnos.
Como en todos los órdenes, la experiencia hace que uno conozca mejor los pro y los contra de su trabajo, que se pare con mayor seguridad ante los problemas, que los adivine antes de que sucedan, que lea en cada carita las dudas, los miedos, el entusiasmo o el aburrimiento; pero también puede significar aferrarse a lo que ya se construyó y aprendió, para resistirse al progreso, y eso sería negativo. Esto es frecuente en muy buenos docentes, con mucha experiencia, que no logran adaptarse a los cambios tecnológicos, y siguen aferrados a prácticas de enseñanzas que los alumnos consideran ya superadas, como por ejemplo, las clases magistrales.