Educar con miedo
Generar miedo en los educandos para lograr que aprendan es efectivo a veces, pero contraproducente siempre. El miedo paraliza, doblega la voluntad, crea súbditos, y de ningún modo ciudadanos libres y responsables. Si bien el fin propuesto puede ser positivo, el medio empleado (el miedo) jamás se justifica: un niño o adolescente debe estudiar porque debe estar convencido de que aprendiendo cultiva su mente y se engrandece como ser humano, sabiendo elegir entre las diferentes opciones lo que más le conviene para su desarrollo personal, evitando engaños, sorteando obstáculos, visualizando soluciones, participando en forma activa y positiva como ciudadano responsable, defendiendo sus derechos y respetando los de terceros. Educarse con miedo formará seres fácilmente engañables, inseguros, tristes, y con poca confianza en sus capacidades.
El maestro que intenta enseñar con gritos, caras serias y retos solo consigue que el niño adopte una actitud pasiva, receptiva y dócil en lo exterior; pero en su espíritu se van acumulando la angustia y la impotencia. La escuela debe ser un lugar donde florece el cuerpo y el intelecto humano, allí la educación física y metal deben guiar a la naturaleza hacia la perfección, con amor, comprensión, diálogo, y a veces con firmeza, pero nunca con agresión.
No significa esto eliminar los límites; el niño debe saber que ellos existen y que están puestos por una necesidad social; y cuando intente desafiarlos, y cuando el diálogo ha sido infructuoso, se les impondrá la sanción correspondiente, la que será una consecuencia lógica de su accionar negativo; y si ha sido explicado con antelación aceptará seguramente el castigo que ya conocía recibiría si no cumplía las normas de conducta (llamado de atención, citación a los padres, cambio de turno, etcétera) o las de contenido (recibir una nota baja). Lo que no debe hacerse es usarse el miedo para prevenir, el aula debe ser un ámbito de armonía, y solo cuando aparece la falta o la carencia, ésta se “castigará”, pero como algo natural, como consecuencia inevitable de su cacusa; y sin hacer demasiado escándalo.