Educación y delincuencia
Todos sabemos lo que la delincuencia trae de la mano a nivel social: la inseguridad, el miedo, la desconfianza en el prójimo hacen que en una comunidad dominada por el delito no pueda vivirse en paz. Si bien delinquir es una decisión de tipo personal, la sociedad puede hacer mucho para impedir que sus miembros se inclinen por esta nefasta opción a la hora de decidir cómo obtener recursos económicos.
Para combatir el delito hay que empezar por pensar cómo prevenirlo. La represión es una consecuencia que se aplica ante el fracaso de las medidas intentadas para que no suceda. La existencia de delincuentes es un problema personal de quien comete el ilícito, pero también una responsabilidad social de brindarle los factores necesarios para que pueda insertarse entre sus conciudadanos aportando sus aptitudes y no quitándoles a los demás sus bienes más preciados, de los cuáles el más importante es el de la libertad de trabajar, y disfrutar de lo conseguido con su esfuerzo.
El delincuente no nace con esta calificación, desterrada ya la hipótesis lombrosiana, de positivismo criminal. Se va formando por una serie de contingencias psicológicas, sociales y biológicas. Si bien existen temperamentos que son más fáciles que puedan caer en estas conductas ilícitas, solo lo harán si encuentran las condiciones que desarrollen esa tendencia.
En el rol preventivo, es la educación la que debe servir de herramienta fundamental, dando a todos, igualdad de oportunidades, enseñando valores de solidaridad, cooperación, esfuerzo, trabajo, comprensión, diálogo, como modo de relación entre individuos. Es cierto que la escuela no puede actuar en ámbitos de educación interna, como lo es la familia, pero si los padres han ido a la escuela y recibido esta educación de calidad ética es muy probable que la trasmitan a sus hijos. Por supuesto que hay excepciones: padres que no están escolarizados y tienen normas de conducta intachables, y otros que a pesar de tener estudios universitarios, no se han convertido en buenos referentes, pero no debemos trabajar sobre casos aislados. En general la delincuencia encuentra su mayor arraigo entre los que sienten que la sociedad ha sido injusta con ellos.
Los medios masivos de comunicación también deben actuar como educadores llegando a aquellos que no concurren a los establecimientos educativos, siendo “formadores de buenos padres”. Campañas para evitar abusos en los niños, de buena alimentación, de buen trato hacia los menores, no se ven mucho en las pantallas, y en cambio observamos una televisión que deseduca, violenta, utilitaria, individualista, consumista y con un rol paterno no comprometido.
No estamos afirmando que no debe existir control policial, vigilancia o penas para los que delinquen, sino que esto no evita el delito, solo lo suspende hasta que aquel que vea la oportunidad pueda llevarlo a cabo. Lo deseable es que no hubiera esa alternativa porque la ética individual pusiera el límite.
La escuela a pesar de todas las críticas que recibe, sigue siendo el lugar donde aún se transmite la necesidad de ser personas honestas y responsables, complementando la labor de muchas familias; reforzando a otras y supliendo a muchas donde los niños no encuentran referentes dignos de imitar. En la escuela los alumnos van tomando conciencia de que si estudian tienen oportunidades de progreso social (y esto es responsabilidad del Estado de que realmente lo logren y no sea una utopía). La inclusión escolar es una buena manera de logarlo, pero en ello se deben tomar muchos recaudos de acompañamiento de los niños que presenten dificultades de adaptación ya sea pedagógica o de conducta. No se trata de que estén en la escuela molestando, se debe ir a la escuela a aprender lo que la sociedad espera de ellos, para poder terminar con la desigualdad. Que vayan a la escuela no significa que aprendan y a eso debe apuntarse. Que no haya escuelas para niños ricos y otras donde van los pobres para su contención: ellos también merecen aprender, y si no tienen apoyo familiar o económico, el Estado debe dárselos, con tutorías obligatorias y permanentes, aporte de libros y materiales didácticos (preferentemente no dinero). Se les debe marcar límites de modo cariñoso pero firme, adecuar los contenidos a sus posibilidades, para ir gradualmente acrecentándolos; pero ser inflexibles en el sentido de no minimizar, a la hora de observar conductas peligrosas a nivel social: alumnos violentos, discriminadores, no solidarios; para trabajar en forma continua sobre estos temas, que tanto mal nos hacen como sociedad. Evitar que existan excluidos es la tarea más importante en un Estado libre y democrático.
La escuela debe ser un buen lugar para diagnosticar la existencia de abusos sobre los niños, para trabajar junto a los padres, para solucionar solidariamente los problemas que puedan afectar a algunas de las familias cuyos niños concurren al establecimiento, para debatir medidas de acción a fin de perfeccionar la educación de nuestros niños, el más valioso capital que una sociedad posee para el futuro.
Cuando ya se ha delinquido, también la educación en contextos de encierro es un medio útil para la reinserción.