Educación y pobreza
Educación y pobreza son términos que no son compatibles, pero la educación puede ser un arma para luchar contra la pobreza y abatirla. Sin embargo no es tan sencillo lograr educarse cuando se ha nacido en la miseria, pues padres sin instrucción, sin trabajo digno, sin medios para lograr recursos básicos, difícilmente tendrán la posibilidad de brindar a sus hijos la posibilidad de revertir la situación.
Los niños criados en hogares muy pobres (por debajo de la línea de pobreza) están mal alimentados, lo que les provoca un retraso cognitivo, no tienen un lugar donde hacer sus tareas escolares (si es que concurren a la escuela) ya que son obligados a trabajar o mendigar, y tienden a imitar la forma de vida de sus mayores. Es así como la pobreza se torna un problema que se transmite en forma generacional, y se acepta esta condición desigualitaria como natural, y la asistencia del Estado para lograr la igualdad de oportunidades como un favor, que en general, no logra equiparar a los niños de clases sociales bajas con la calidad educativa que reciben los de clase social alta.
La escuela pública es inclusiva, pero no basta con ello. Los niños de hogares económicamente muy desfavorecidos se sienten incluidos a medias. No tienen ayuda de adultos en sus hogares para hacer las tareas, no disponen de ropa adecuada para concurrir a clase, tienen vergüenza de invitar a un compañerito a sus casas, todo lo cual se desencadena en fracaso escolar, repitencia o abandono.
Además, a menudo se encuentran con barreras en el sistema educativo que perpetúan la desigualdad. Los currículos escolares a veces no reflejan sus experiencias o su cultura, lo que puede hacer que se sientan alienados. Las expectativas bajas de los maestros pueden limitar su potencial, y la falta de recursos en las escuelas puede dificultar su aprendizaje. Estos factores pueden llevar a los niños a desvincularse de la educación, perpetuando el ciclo de pobreza.
Paulo Freire, pedagogo brasileño del siglo XX fue el creador de una pedagogía de liberación del oprimido, donde se postulaban acciones concretas para que los educandos salieran de dicha situación, y no incluirlos sin más en los colegios en situaciones de desigualdad social, por más que estimulen su asistencia con un sistema de becas.
Invertir en la educación pública es una necesidad, pero esa inversión debe hacerse de acuerdo a un plan, que contemple las necesidades especiales de esos niños, que necesitan aprender y no solo promover, y a quienes hay que rescatar de la indiferencia, de la apatía, para incorporarlos a la sociedad como ciudadanos críticos, responsables y pensantes, y no regalarles un título que no les servirá para nada si no es la consecuencia de su dedicación, de su esfuerzo y su crecimiento personal.
Es crucial que este plan incluya estrategias para abordar las barreras que enfrentan estos niños en el sistema educativo. Esto podría implicar la implementación de currículos más inclusivos, la capacitación de maestros para tener altas expectativas de todos los estudiantes, y la inversión en recursos para las escuelas. También es importante que el plan incluya medidas para apoyar a los padres en su papel de educadores de sus hijos, como programas de educación para adultos y apoyo para el empleo.
Actualmente se tiende a afirmar “Pobre, hagamos que pase de curso, así por lo menos tendrá un título para presentarse a un trabajo”, con eso solo contribuimos a aumentar las diferencias sociales. En lugar de esto, debemos centrarnos en proporcionar una educación de calidad que permita a todos los niños desarrollar su potencial y romper el ciclo de la pobreza.