¿La calle enseña?
Cuántas veces hemos escuchado esto como una afirmación, y realmente, es indubitable, lo que debe preguntarse es qué es lo que enseña. Muchas personas dicen haberse graduado en la universidad de la calle, y esto parece certificarles ciertos conocimientos inapreciables. En efecto, la calle endurece, nos vuelve menos crédulos, más autónomos, nos enseña la auto defensa; pero el costo también es grande.
Si comparamos la escuela con la calle en cuanto a sus lecciones, la primera enseña valores universales, deseables, positivos; la segunda nos muestra la realidad, con sus cosas buenas y malas, pero peligrosas, para lo que se debe estar preparado. No son incompatibles, lo ideal es que se complementen, y que la escuela brinde estrategias para salir a la vida, al mundo real, fortalecidos. Saber leer un contrato, incluyendo la letra chica, desconfiar de los demagogos y de los que hacen promesas demasiado generosas, tener criterio propio, reconocer situaciones peligrosas y alejarse a tiempo, etcétera.
Muchos padres en su afán de resguardar a sus hijos de los males que se ocultan en la calle (perversión, droga, inseguridad) no los dejan salir solos, aún cuando tengan edad para hacerlo, y esto resulta contraproducente, pues algún día deberán dejar “la caja de cristal” de la casa y la escuela, para enfrentarse al mundo. Seguramente querrán conocer gente, tener amigos, pareja, un trabajo, y allí surge el gran problema de que no estarán papá, mamá ni los docentes para protegerlos.
El contrario también es negativo. Un niño inexperto que sale a la calle sin herramientas será alguien proclive a ser devorado por aquellos que han adquirido las picardías callejeras. Tenemos lamentablemente ejemplos concretos de niños criados en la calle, sin adultos que los controlen que terminan siendo marginales.
Lo ideal es que los niños se acostumbren a salir solos en horarios diurnos, que los padres sepan donde están y con quién, que entiendan que se los vigila para su seguridad, que se les aleccione sin asustarlos, de los riesgos que pueden tener que vivir, y que deben confiar en los adultos de su familia o en sus maestros si algo les pasó cuando estuvieron solos.
Jugar en la vereda, ir al cine o de compras con amigos, son salidas que los chicos gradualmente, a partir de los 8 o 10 años, pueden hacer, dependiendo de lo tranquila o insegura que sea su ciudad, y de lo responsable que sea el niño. Esto los ayudará a crecer y sentirse independientes.