Teoría humanista del aprendizaje
Basada en la concepción humanista del hombre nacida en la modernidad, con las ideas de la ilustración, las teorías humanistas del aprendizaje, que comienzan a aplicarse a partir de 1960, en reacción contra la enseñanza tradicional autoritaria y despersonalizada, tienen fe en la capacidad humana de aprender.
El hombre aparece ahora en la búsqueda de un destino que puede contribuir a cambiar desvinculado de las ideas religiosas que lo conectaban causalmente con el Creador y con la meta de obtener una vida digna solo en el más allá. La temporalidad de la existencia comienza a ser entendida no como un mero paso, sino con un fin en sí misma, y el hombre entonces aparece como centro, capaz de modificar su propia realidad y la del mundo en que habita, tendiendo hacia el progreso y la capacitación fundamentalmente individual y por ende, social.
Para que se produzca el aprendizaje según el psicólogo estadounidense Carl R. Rogers (1902-1987), representante de esta teoría, debe existir un intelecto, pero de un educando motivado y activo, libre, ya que al igual que Rousseau consideraba al niño intrínsecamente bueno, y responsable, que a su vez posee sus propias emociones. Cuando el individuo aprende puede lograr cambiar su conducta si el aprendizaje es significativo, o sea si le importa, si considera que le resulta útil e interesante.
El ser humano es un mundo de posibilidades, que debe autorrealizarse, y el maestro debe facilitar que se desplieguen esas potencialidades en un ambiente motivador, respetuoso, emocionalmente estable, y sin restricciones.
Otro exponente de esta teoría fue el estadounidense Abraham Harold Maslow (1908-1970) que se destacó por establecer una pirámide de necesidades humanas, que lo llevan a conseguir su autorrealización.