Clases magistrales
Muy criticadas y sujetas a múltiples objeciones, especialmente por colocar al alumno en un rol pasivo, las clases magistrales pueden llegar a ser sumamente interesantes, atractivas y motivadoras.
Para ello se requiere de un orador que maneje muy bien los tonos de voz, que hable fuerte pero sin aturdir, que presente ejemplos, que se ayude de medios audiovisuales, que muestre cuadros sinópticos y comparativos, que matice con alguna broma oportuna, y que de vez en cuando interrogue al auditorio, para conservar la atención.
Las clases magistrales requieren un grupo de alumnos adultos, en general se emplea en ámbitos universitarios, ya que la escucha activa y la toma de notas, es difícil en etapas anteriores, aunque conviene ir paulatinamente entrenando en estas técnicas, comenzando por diez minutos de exposición, en los últimos años del colegio secundario.
Abrir un debate final sobre el tema, responder preguntas, encomendar un trabajo de profundización, son tareas que complementarán la clase magistral para pasar el centro del proceso de enseñanza aprendizaje, del docente hacia el alumno, indiscutido protagonista, que no debe limitarse a copiar los dichos del profesor y luego repetirlos memorísticamente.
El profesor en su clase magistral debe resultar un facilitador, ser un mediador entre los textos que en ocasiones resultan de difícil comprensión, para hacerlos más accesibles y sencillos. Es lo que se conoce como transposición didáctica.
Lo que es malo es que las clases magistrales sean el único modo de enseñanza, pero combinadas con otras estrategias centradas en el alumno, bien estructuradas, partiendo de preguntas, que indaguen los contenidos previos (conviene que vengan con el tema previamente leído) y llegando a contestar las que se desconocen en el desarrollo de la clase, con un cierre a modo de síntesis, y pidiendo opiniones a los alumnos, la clase magistral puede resultar muy útil y esclarecedora.