Maestras eran las de antes
Frase más que escuchada en nuestros día cuando las abuelas actuales recuerdan con cariño y añoranza las maestras que ellas tuvieron, ejemplo de dedicación, esfuerzo, sacrificio, conocimiento, paciencia y orden. Su moral debía ser incuestionable en el ámbito público y en el privado. Se presentaban en el aula, impecables, cariñosas pero firmes, rodeadas de un halo de santidad que difícilmente se podía discutir. Cualquier duda de los niños se resolvía en: “Pregúntale a la maestra” o “Lo dijo la maestra”, incuestionables repuestas, dogmáticas, que no permitían la mínima duda, a la manera de un precepto de la Biblia. El maestro o más precisamente la maestra, que como mujer y madre era la más adecuada para cumplir el rol de “segunda mamá” era el que debía transformar la sociedad, con una misión sagrada, y así se las preparaba en las escuelas normales, formadoras de maestras, creadas en Argentina en una primera etapa entre 1870 y 1885, título al que se accedía hasta la década del 70 terminado el secundario.
La Pedagogía que regía su función se basaba en el positivismo y por ende en la aplicación del método científico. Se debía exaltar en los niños el espíritu patriótico en un país en formación conformado por muchas culturas inmigrantes; el respeto a la autoridad y a sus compañeros, y prevalecía la cultura del esfuerzo, la competitividad y el sistema de premios y castigos.
En esta época la mujer maestra era vista como educada, con una profesión honorable y calificada. En el hombre se aspiraba a que llegara a acceder al ámbito universitario o a algún empleo más redituable para sostener el hogar.
Los que alguna vez, viendo estas maestras actuales, que permiten el desorden, que toleran expresiones, que no castigan, que educan el libertad; evocan a aquellas maestras, debieran preguntarse si tendrían cabida en esta sociedad desprejuiciada, tecnológica, cambiante, globalizada, esas “señoritas” inmaculadas, o si saldrían espantadas o perseguidas por un grupo de rebeldes pequeñitos que no se reflejarían en ese modelo. Es cierto que algunas cosas se deben rescatar, pero adaptadas a la época. El valor del conocimiento y del respeto, deben seguir siendo prioritarios, lo que en gran medida vemos se va perdiendo. Educar en libertad, en espíritu crítico, en un ambiente relajado y bajo la guía de un docente que no lo sabe todo, pero debiera saber bastante, no es incompatible con aquellos otros valores fundamentales. No es blanco o negro; no es autoritarismo o falta de respeto; ni memorizar o no aprender nada; es hallar ese punto medio tan deseado que exige el don de la prudencia.