La conducta inteligente
La conducta inteligente, como acción fundamentalmente práctica, dirigida a resolver problemas, es la combinación de varios procesos cognitivos, como la percepción, el aprendizaje, la memoria, el razonamiento, etcétera, con correlación entre ellos, distinguiéndose procesos cognitivos y metacognitivos, ejecutivos y no ejecutivos (distinción negada por Butterfield).
Sternberg establece una diferenciación entre procesos de adquisición, procesos de retención y procesos de transferencia. La abstracción es lo que permite distinguir la conducta inteligente humana de la animal, que le faculta a la persona para prescindir de datos e imágenes concretas para elaborar ideas.
Lo fundamental en la conducta inteligente parece radicar en la capacidad de visualizar el problema a resolver y definirlo dentro de sus límites, seleccionar adecuadamente la estrategia, ya que no todas operan igual ni tienen el mismo resultado aplicadas a un caso concreto, y del estilo que se aplique para ponerla en ejecución, donde juega un papel destacado la metacognición, pues por ejemplo podrá evitarse la impulsividad para lograr mayor efectividad. También puede malograr la puesta en ejecución el exceso de reflexión, que impida llevarla a la práctica.
En “La Inteligencia Humana, I” Sternberg nos dice que por ejemplo el ensayo es una estrategia adecuada para aprender listas de palabras, que será usada frecuentemente por los más aventajados y mucho menos por los más atrasados, a quienes se les podrá enseñar dicha estrategia, pero no serán capaces de transferirla a otras situaciones de aprendizaje.
La conducta inteligente está determinada fundamentalmente por el contexto social. La familia es primordial en este sentido, y luego la escuela. Así son muy importantes los estudios de Bernstein sobre la relevancia del lenguaje en el desarrollo de la conducta inteligente, que fundamentalmente se desarrolla en el ámbito familiar.
Estas pautas de conducta inteligente pueden aplicarse a cualquiera de los tipos de inteligencias múltiples.