La pedagogía de la pregunta
Este uso de la pregunta para enseñar no es nuevo. Ya lo propuso Sócrates en su pedagogía que intentaba extraer el saber oculto en cada individuo mediante el diálogo, donde el que preguntaba era en este caso el maestro, ironizando y cuestionando los argumentos del alumno para luego hacer surgir la verdad sin el aporte exterior, sino de la misma mente del interrogado.
La pedagogía de la pregunta se centra en el alumno; nace y se desarrolla sobre todo con la Escuela Nueva, en oposición a la pedagogía de la respuesta, propiciada por la enseñanza tradicional donde el que pregunta es el docente dueño del saber, al alumno que debe recordar datos y sucesos concretos al modo de una computadora.
Paulo Freire, pedagogo brasileño (1921-1997) explicó que la escuela tradicional da respuestas a preguntas que los alumnos nunca formularon, y por ende lo más probable es que no les interesen. La pregunta asusta al maestro, pues no se tiene siempre la respuesta. Frente a ello, se propone la búsqueda de una respuesta conjunta, indagando con la guía del maestro, quien no tiene la necesidad de saberlo todo, sino solo estar dispuesto a escuchar, dar herramientas y mostrar caminos.
Para hacer preguntas también se debe estar entrenado, se debe despertar la curiosidad natural para que aflore, para ver más allá de lo que los ojos nos muestran o de lo que los oídos nos permiten escuchar; se debe cuestionar todos los conocimientos hasta convencernos de que son verdaderos, al menos que no nos queden críticas para hacerles.
El alumno que ha aprendido a preguntar no aceptará todas las respuestas que la sociedad le ofrezca, sino las que considere ciertas y valiosas; cuestionará sus propios objetivos de vida hasta que los vea con claridad, no se rendirá ante el fracaso momentáneo pues la vida le seguirá dando oportunidades ya que no hay una única respuesta a sus metas, sino que deberá volver a hacer más preguntas, pues es una persona que aprendió a aprender, es un ser creativo, que busca nuevos rumbos cuando el elegido en primer término no resulta posible.
Para ello debe dejarse de ver al alumno que pregunta y cuestiona como un escollo para el desarrollo de una clase ordenada, o como un perturbador, al contrario, se le debe estimular a que interrogue, dándole pautas de cómo hacerlo con respeto y argumentando sus cuestionamientos. Las preguntas deben ser razonadas y no vacías. Así el alumno aprenderá de sus propias inquietudes y de las del grupo, lo que convertirá a la clase en interesante y motivadora.