Educación bancaria
Fue el pedagogo brasileño Paulo Freire, quien en su obra “Pedagogía del Oprimido” llamó en forma peyorativa, educación bancaria a la educación tradicional, centrada no en el alumno, quien permanece pasivo y receptor; sino en el docente, que a la manera de un ahorrista, que deposita su dinero en una institución bancaria, coloca los contenidos que la sociedad estima valiosos en la mente del educando para que se vuelvan productivos y eficaces para la sociedad que integra.
El educando es un mero receptor, como un Banco, de contenidos que él no contribuye a crear ni debe osar discutir, pues el docente, que ya ha sido objeto de los depósitos correspondientes por parte de sus propios maestros, es ahora el dueño del saber y llenará las mentes vacías de sus alumnos con los elementos que necesita para vivir, trabajar y construir su futuro de acuerdo a lo que la sociedad considera conveniente, a través de una relación «narrativa» y no comunicacional. Cuanto más deposite será un mejor inversionista (o maestro). Se forman así ciudadanos respetuosos, sumisos, acríticos, obedientes y fáciles de dominar, pues las reglas y contenidos les son inculcados al alumno que solo debe reproducirlos a través de acciones mecánicas y memorísticas.
Esta concepción es contraria a la propuesta de Freire, de una pedagogía liberadora, que contribuya a formar personas críticas, capaces de transformar la realidad social y la propia, y no meramente se limiten a reproducirla, perpetuando la opresión, o sea las injusticias que hacen que algunos se eduquen para mandar y otros para obedecer, pepetuando las injusticias sociales.
Freire llama a los docentes a evitar este tipo de educación bancaria, y realizar otra que propicie el diálogo, la crítica, la aparición de ideas, con un educando que participe en su propia formación y tome conciencia de que su rol no es el de un mero receptor sino que el también tiene mucho para “depositar” en el sistema, ya que puede observar, investigar y cuestionar los contenidos, pues es un sujeto libre y racional, y no un repetidor de ideas ajenas, que puede escuchar y aceptar si le parecen correctas, pero que también puede discutir si tiene argumentos para ello, con un docente que propicie el diálogo.