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La violencia en las aulas

Publicado por Hilda Fingermann

La violencia según lo expresa Domenech es tratar de conseguir algo con el uso de la fuerza, ya sea abierta u oculta.

Sin embargo estos actos de agresión física o verbal, pueden ser motivados por otras causas, como deseos de venganza, arrebatos de furia, o simplemente para humillar a un semejante.

Hay otras formas de violencia por omisión, que son aquellas que se producen como nos dice Susan George cuando no se evita que las personas sufran necesidades que atentan contra su dignidad humana, como la falta de vivienda, alimentación, atención de salud o educación.

Según contra quien o donde se produzcan los actos de violencia se identifican varios tipos: violencia familiar, violencia de género, violencia juvenil o violencia escolar, de la cual nos ocuparemos.

La violencia escolar sucede dentro de la institución creada para formar a los niños y adolescentes en conocimientos y valores que la sociedad en la que vive considera trascendentes. Sin embargo, es casi imposible evitar que dentro del mismo sistema creado para educar, se filtren situaciones no deseables como la violencia, nacida para marginar a ciertos grupos considerados “inferiores” por prejuicios que muchas veces se fomentan desde el propio hogar, como sucede cuando se agrede física o verbalmente a compañeros extranjeros; o porque físicamente no responden al modelo de belleza culturalmente aceptado, y así se ridiculiza al “gordo” “al petiso” “al narigón” o “al negro”; o en otros casos, es usada como medio de resolución de conflictos, que pueden surgir de la propia convivencia escolar (por no querer compartir las tareas, no prestar algún material didáctico, denunciar que alguien hace trampa en exámenes, etcétera) o provenir de aspectos extraescolares, como ocurre por ejemplo, por celos o competencias sentimentales, muy típico en los adolescentes.

La violencia ha invadido todos las actividades de la vida, y los niños viven a diario la violencia en el seno de su hogar, en las calles, o cuando juegan a video juegos, por ejemplo; también cuando se discute por algún problema de tránsito, en los medios masivos de comunicación, etcétera. Por lo tanto, es casi imposible que esas acciones queden alejadas de la escuela, adonde además se suman la falta de autoridad del docente, a quien desde el propio sistema se le ha privado de autoridad.

Cuando en la casa los padres creen educar a sus hijos con gritos y palizas, o entre los propios cónyuges resuelven sus problemas agresivamente, el niño siente que esa es la forma natural de expresar el disgusto, la bronca o la disconformidad, y entonces, imitando a sus mayores, reproduce esas conductas.

En general, el violento, que puede ser incluso el docente, trata de manejar una situación, someter a su ocasional rival, e inclinar la balanza del poder en su beneficio.

En la escuela conviven niños de distintas familias, con códigos de convivencia particulares, que se deben tratar de integrar. Una forma de luchar contra la violencia desde la escuela es fomentar el diálogo, los trabajos grupales cooperativos con supervisión docente, establecer reglas claras de convivencia con participación de los mismos involucrados en la selección de las conductas susceptibles de castigo y en la sanción aplicable, realizar trabajos sobre muestras de diferentes culturas existentes en la comunidad escolar, hablar abiertamente de los problemas de exclusión social y marginación, animar a los alumnos al debate para que no repriman sus emociones, sino que las canalicen por medios pacíficos, con reclamos verbales y escritos respetuosos, pero que a la vez expresen sus demandas.

Toda forma de violencia debe ser castigada, pero no con violencia; sino con paciencia, amor, límites, prudencia; evitando gritos, ofensas, humillaciones, que solo provocarán reacciones aún más violentas. Se debe hablar con quien tenga actitudes violentas, invitarlo a la reflexión, mostrarle las desventajas de su forma de proceder; pero además, citar a los padres, dar intervención al gabinete escolar, para averiguar la causa de las actitudes violentas, descartando problemas psicológicos o familiares, y en caso de persistir en su actitud aplicar las sanciones que se hayan establecido en el reglamento de convivencia: suspensión, cambio de turno o establecimiento, etcétera, haciendo al violento responsable de su actitud, y cargo de sus consecuencias.

Una escuela democrática mal entendida, es la aquella en la que todo se permite, y que bajo el lema “no hay que excluir” no castiga conductas decididamente contrarias a la cultura democrática, como son las carencias de respeto, de diálogo y de solidaridad. Sancionar no es excluir, es mostrar que hay reglas de conducta para ser cumplidas, y que efectivamente se cumplen. Excluir es dejarlo fuera del sistema educativo, pero también es excluirlo permitirle proseguir en su conducta, sin intentar corregirlo, pues hoy la escuela lo cobija; mañana la sociedad adulta no dudará en condenarlo.